Estos poemas están dedicados con ternura
a los niños hacedores de diabluras,
a los que tienen un lugar secreto
para guardar tesoros indiscretos,
a los que saben del sol cerca del río
o en los caminos que cruzan el baldío,
a los que buscan charcos inocentes
y chapotean sin inconvenientes,
a los que tienen rincones de cosquillas
y agujeritos en las zapatillas
a los que siembran semillas de alegría
para que el mundo nazca cada día.